#ElPerúQueQueremos

Percy Meza

Publicado: 2011-01-22

Nació el 18 de abril de 1992 en Iquitos, Perú. Es escritor de literatura fantástica, de terror y ciencia ficción. En 2009 publicó digitalmente La colección de En Coma que incluye cuentos de terror y drama. En 2010 se transporta a la fantasía y comienza con Los naipes arrugados. Posteriormente, ese mismo año, publica Pesadillas y sueños de un joven lúcido para fusionar fantasía, terror y ciencia ficción, y continuar el estilo de colección de cuentos de En Coma.

Entrevista: "Doy color a cada escenario, a cada personaje, a cada situación".

Caso caníbal

Miraba el río Amazonas por la ventanilla. Era hermosa esa vista con su trayectoria serpentina y una coloración de amarillo tostado. Mientras la seguía, se fue perdiendo en el horizonte lejano. Una pequeña nube rozó el ala de la avioneta y se dispersó para luego desaparecer.

—Como todos saben… —explicó la guía de turismo—, el río Amazonas es uno de los ríos más largos del mundo. Su longitud supera la del rio Nilo en más de cuarenta kilómetros.

—Sensacional —dije con admiración.

—Sí, es muy bonito —dijo mi compañero de asiento, con su español mezclado con el acento inglés—. Mirarla en vivo es más impresionante que ver en National Geographic Magazine.

—Una vez la leí cuando mi prima la trajo a Lima, cuando estaba en mi temporada de natación. Había comprado la revista en Colombia. ¿Y tú en dónde consigues las ediciones de las revistas?

—Cerca de Times Square.

— ¡Qué bien! Hablando del Times Square —me acomodé en el asiento—. Cuéntame ¿cómo te decidiste venir a Iquitos?

—Siempre quise conocer Iquitos… En las publicidades apareció como el lugar especial para disfrutar de la máxima cultura del Perú.

—Interesante. Quisiera ver esa publicidad…

—La tengo en mi cámara… —dijo, mientras se acercaba a su mochila y sacaba una cámara Lumix, que se tenía un aspecto de recién comprado. La encendió y busco una galería a la foto. En atisbos pude ver fotos de familiares, gente riendo.

—Aquí está

Era una foto muy nítida de una publicidad brillante y elegante en un panel electrónico:

Want a trip to the warm city of Peru?

Come visit our facilities

and we can give you all the information for you to discover the wonderful city called Iquitos.

— ¿Qué dice? —pregunté. Sabía inglés, pero no tan fuerte para saberlo.

—Dice: “¿Quieres un viaje a la calidad ciudad del Perú?/Ven a nuestras instalaciones/Y te ofreceremos toda la información para que descubras esta extraordinaria ciudad llamada Iquitos”

—Alucinante —exclamé—. Es muy bueno que una ciudad como Iquitos, sea muy famosa a nivel mundial.

—Sí —asintió él con ojos asombrados—. Si me disculpas, me pondré los audífonos

—Oh, no hay problema —dije sin recelo, mientras él sacaba un iPod y se colocaba los audífonos en los oídos. Escuchando el ritmo electrónico, levantó la mirada y miró el río Amazonas por la ventanilla que había a mi costado. La canción era, recuerdo, Sensitized de Kylie Minogue.

Por un tiempo, la guía dejó de describir toda la sorprendente gama que contenía la Amazonia. Se sentó en un asiento reservado. Yo me recosté en el asiento y apoyé en la ventanilla, contemplando todo la alfombra verde de árboles por un largo tiempo. Mi compañero de asiento ahora se entretenía tarareando la música. Estaba muy ansioso de conocer a gente que estaba muy conectada con la naturaleza, donde su única receta de vida es tener una vida completamente familiar, donde la tecnología avanzada no todavía llegaba, pero eran completamente alegres.

De pronto, se formó un barullo que crecía. Una señora estaba cerca a la ventanilla, indicando algo. La guía se levantó de su asiento y se acercó a su lado.

—Hay una persona en esa orilla… Tiene una apariencia muy rara… ¿No se habrá extraviado?

—Puede que sea un poblador de la zona, señora —sugirió la guía—. Pueden aparecer personas caminando solas por algún lugar visible en cualquier momento imprevisto.

La señora quedó mirándola, mientras volvía a observar. Desde mi ventanilla pude ver el aspecto humano de alguien tumbado en el suelo…

—Oh, no… —chilló alguien que estuvo tras mi asiento. Giré a verlo y me di cuenta que llevaba unos binoculares—. No creo que sea un poblador herido… Lo veo muy raro… Tiene algo a su alrededor… como un charco oscuro… Espere…

Todas las personas se levantaron de su asiento para acercarse hacia las ventanillas que dejaran ver lo que siendo indicado. La avioneta se movió levemente por un lado.

—Espere… —dijo el chico de los binoculares—… Oh, por Nuestra Señora de Guadalupe… ¡Esta herido…! ¡Tiene un charco de sangre a su alrededor!

Un francés pregunto a su hermano:

— Qu’est-ce qui se passe?

—Il ya un homme blessé dans un fleuve Amazone! —respondió el otro.

El primer de los franceses gritó a voz en cuello:

—Nouns devons de sauvetage!

—Le pediremos permiso al piloto de aterrizar en las aguas. Tenemos primeros auxilios y una camilla.

La guía salió disparada de la sala, desapareciendo por la puerta hacia sala de máquinas.

Desde ese ángulo, pude ver a todas esas personas desesperadas. Me sentí muy rara. Todas las personas parecían compartir un mismo parecer.

Sorpresivamente, la guía salió de la sala de máquinas y vino a nuestro encuentro.

—Descenderemos. Con los flotadores, aterrizaremos sobre el agua y bajaremos de la avioneta. Me ayudaran a llevar los primeros auxilios y la camilla hasta el herido y subiremos nuevamente a la avioneta. ¿Entendieron todos?

Yo y los demás asintieron.

—Bien. Abróchense los cinturones que aterrizaremos. ¡Podemos bajar! —dirigiendo la voz al piloto.

Todos nos abrochamos los cinturones. Mi compañero de asiento había dejado el iPod por un lado y con la música sonando débilmente.

Los franceses hablaban tan rápido que su conversación parecía hecha de una voz de dos. La guía, sentada en el asiento reservado, llevaba los primeros auxilios en la mano.

Dejé de mirar ese panorama, para mirar el otro que estaba afuera. La avioneta comenzó a dar una vuelta y la vista se amplió alrededor de la zona, mientras el herido seguía tumbado a la orilla del rio Amazonas. El charco se había expandido hacia el agua del río, donde la corriente la llevaba, formando una larga hilera roja.

— ¿Qué es lo que había pasado?

La avioneta descendió y, con estrépito, las patas flotantes rompieron la superficie del agua. Una salpicadura gruesa de agua chocó contra mi ventanilla, mientras la luz del mediodía las hacia brillar. Desde mi ventanilla, pude ver al hombre tumbado a la orilla del río. Habíamos aterrizado muy cerca del herido.

—Vamos, vamos —indicó la guía, abriendo la portilla, por donde entró un haz de luz caliente—. Algunos quédense aquí. Ustedes dos —indicando a mi compañero de asiento y un oriental— lleven la camilla, por favor. Tú, ayúdame con los primeros auxilios —me indicó.

—Será todo un placer —dije en mi mente, algo asustada.

El norteamericano y el oriental saltaron con la camilla hacia el agua. Para no mojarla por completo, la levantaron. Me quedé mirándolos, con los primeros auxilios en mi mano.

—Vamos —me dijo la guía.

Ella saltó al agua. Yo la seguí. Me zambullí, mientras el agua me llegaba hasta la cadera. Estaba algo fría.

—Vamos…

Caminé difícilmente por el agua. Procuré que los primeros auxilios no se mojarán. Cuando llegamos a la orilla, la hilera de sangre me topó la blusa y sentí náuseas.

—Oh, my God —gimió el norteamericano, soltando la camilla—. Oh, my God.

—Le sacaron la carne… —chilló el oriental, aterrado.

Eso me erizó los pelos de la nuca. Cuando la guía llegó, dio un gemido que se apagó cuando llevó la mano a la boca. Mientras me acercaba miraba el cuerpo, fui por alrededor y vi lo que dijo el oriental. Toda la comida de mi estómago subió por mi garganta y comencé a vomitar.

Al hombre le habían vaciado todo el pecho, dejando un tórax totalmente limpio de órganos. Era como una clase de muñeco de paja que había sido objeto de diversión. Seguro que aquel hombre lo mataron vivo, porque los ojos se mantenían abiertos.

— ¿Quiénes pudieron haberle hecho esto? —dije.

—No sé. Pudieron ser animales que rondaron —supuso la guía—. Seguro el hombre se quedó dormido, y los animales lo atacaron por sorpresa.

—No creo que haya sido animales —rechinó el oriental del miedo—. El… agujero fue hecho limpio. Los huesos no lastimados. Solo arrancados los órganos.

— ¿Qué ocurre? —llamó el piloto desde la ventanilla.

—Está muerto —respondió el norteamericano. El retrocedió un poco para alejarse del cuerpo inerte. Cuando dio unos pasos, chasqueó algo. Él cojeó ante el sonido y se alejó, para luego quedar mirando una cosa en el suelo.

—Eso es una lanza… —tartamudeó el oriental.

—Y está ensangrentada…

—No, no, no. Es imposible. No hay caníbales en la Amazonia peruana.

—Creo que sí ¿Cómo explica esta lanza y el limpio agujero que le hicieron a este hombre?

— ¿Me puedes decir qué sucede? —llamó el piloto desde la avioneta. Giré a verlo y vi que todos los pasajeros estaban en la portilla, observando.

—Dejen de hablar, ya —chillé desesperada—. Si este hombre fue muerto aquí, debemos salir de aquí.

—Vamos… Vamos…

Al movilizarnos de vuelta al agua, los que estaban en la avioneta gritaron en unísono. Escuche movimiento tras mío, y zumbido fuerte y punzante, seguido de un golpe sordo.

La guía dio un gemido. Volví para verla, cuando la punta de una flecha sobresalía de su cabeza como un adorno macabro. Me quedé mirándola con los ojos perdidos, mientras caía al agua inerte.

El norteamericano me agarró del brazo y me llevo a rastras por el agua. El oriental no dejaba de quejarse y quería llegar a la avioneta de cualquier forma.

El piloto activó el motor de la avioneta y ella comenzó a avanzar por el agua. Mi compañero alargó el brazo y tomó la pata de la avioneta. La gente extendía las manos para podernos levantar.

Cuando volteé hacia atrás, vi un gran grupo de hombres con lanzas y aspecto muy decidido a querer cazarnos. Ahora nosotros éramos su presa.

—Sube, sube, sube —dijo mi compañero, mientras flechas letales zumbaron hacia y chocaba contra la superficie metálica de la avioneta. Una flecha zumbo e impactó contra el brazo de mi compañero. Él gimió de dolor, pero continuó para salvarnos la vida.

Siguieron zumbando las flechas. Las personas desaparecieron de la portilla. Y la avioneta fue alejándose de la orilla, con tumbos. Otras flechas zumbaron. Uno me rozó el hombro y una rompió la ventana del piloto, entrando sin más remedio para detenerla.

Estaba segura que el piloto fue flechado, porque la avioneta comenzó salirse de control. Pero aún así despegó del agua, sintiendo los pies fuera de ella. Pero un vértigo le avisó que solo fue un salto de la muerte.

La avioneta se agitó.

—Tranquila —me dijo.

Se latigueó por un lado. Y mis manos no soportaron la fuerza del impulso que dejaron de sostenerse y comencé a caer. Igualmente lo hacía mi compañero, y entre mi terror sabía por qué lo hacía.

De pronto, un fuerte golpe de impacto lleno el aire. Cuando me zambullí en el agua, sentí que las pocas fuerzas me dejaban abatirme, pero no quería rendirme. El avión se precipitó hacia el agua, y se incrustó en el río. Una gran masa de agua se levantó.

Después de un segundo, el norteamericano cayó al agua. Tragando agua dulce, ayude a mi amigo a emerger. Tenía todavía la flecha en el brazo y expresaba una expresión muy seria.

—Creo que no nos alcanzaran… Pero donde están.

Estaba muy lejos de la orilla, casi por el centro del río, pero era muy fácil ver desde ahí. Los atacantes no estaban en donde habían empezado a atacar. Presentí algo muy aterrador.

Escuché una salpicadura.

—Oh, no. Viste eso. Comienza a nadar. Nademos hacia la otra orilla —chillé al norteamericano.

Estuve muy segura que esa salpicadura era de un movimiento natatorio. Teníamos que cruzar el río como sea, aunque tan grande sea.

—No. No puedo más —dijo mi amigo. Tenía un aspecto desalentador.

—Vamos…

—No, no. Vete. Go. Go. Tienes que salvar tu vida. Yo seré un peso para ti. ¡VETE!

Estuve a punto de llorar. No quería dejarlo ahí. Así que continué nadando, dejándolo en medio del río.

No quise mirar atrás. Estaba segura que seguí nadando torpemente, hasta escuchar su grito de dolor martillándome los tímpanos. Lo escuché gritar hasta que se ahogó.

Ahora todo dependía de mí. Tenía que salvar mi vida. Y se complicaba más aún cuando la corriente se hacía más fuerte a medida que me iba acercando al centro. Parecía que estaba naufragando.

Sólo tuve en mente que para llegar a la otra orilla era como mi competencia de natación donde mi nombre, Abigail, tenía que existir y no tenía que morir. Así que me puse a nadar con más vigor, mientras ellos, me fueron siguiendo como la presa más escurridiza de sus vidas.

Era vivir o vivir.


Escrito por

La mula

Este es el equipo de la redacción mulera.


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