#ElPerúQueQueremos

Tijereta

Publicado: 2011-01-22

Esterlina estaba preparando las cosas para ir. Los planes para visitarlo tenían que ser muy rápidos porque últimamente el sembrío estaba marchitándose y si seguía así el problema iba a incrementar.

—Tenemos que ir a la chacra, ahora —Pablo llamó desde el otro lado de la casa. Hoy no se había mostrado de una manera muy rara, pero no dejaba de hacer sus piropos de siempre.

—Espera, mi amor —respondió Esterlina—. Estoy poniendo algunas cositas en la bolsa.

—Te espero en la puerta…

Esterlina siguió guardando algunas cosas, todo lo necesario para que el problema de la chacra desapareciera en cuanto el clima lo permitiera. Mientras ponía unas bolsas de guano, pensó en algo maravilloso. La noche anterior la había pasado extraordinariamente con Juan. Caminando por el sendero del pueblo y haciendo algunas conversaciones que acabaron en besos y otros afanes.

—Fue maravilloso —pensó ella—. Qué bueno que mi marido no se enteró de nadita… Pero cómo se va a dar cuenta este idiota si sólo me manda regalitos…

De pronto paró en seco…

—Las vecinas… Esas chismosas de boca floja… pueden haber visto… —A Esterlina le tembló las piernas—. No… Juan procuró que no nos vieran esas…

— ¿Con quién hablas? —llamó Pablo desde la entrada de la casa.

—Con nadie, querido… —farfulló—… E-estaba recordando las cosas… que ponía…

—Entonces, vámonos —dijo el marido.

Esterlina arregló la talega y la apegó a la cintura para asegurarla. Salió del cuartito, y se fue al encuentro de Pablo, que estaba bajo el quicio de la puerta.

— ¿Ya está todo? —preguntó con un tono raro, pero dulzón.

—Si… —sonrió Esterlina, para dar un pequeño beso. Luego bajó la mirada hacia las manos de su marido—. ¿Para qué llevas unas tenazas?

—Es para cultivar… —explicó el, agitando la tenaza oxidada—. Estoy seguro de que la maleza creció en estas cuatro semanas…

—Oh, seguro…

—Espera —interrumpió Pablo. Agarró firmemente la tenaza con una mano y sacó del bolsillo de su camisa a cuadros un papel…—. Toma…

— ¿Qué es?

—Sólo léelo…

Esterlina blandió la hoja de papel y leyó la caligrafía estilizada de Pablo. A Esterlina le pareció raro que la caligrafía estaba medio arisca, como lo hubiese hecho con una furia cansada. “Bah, el nunca se cansa de mandarme regalos” pensó Esterlina.

Mi amor, tu sabes que en todos los días te doy un regalo especial. Y para mostrar mi afecto especial, quisiera darte un regalo muy especial este día, mejores que los otros. Y ese regalo es…

— ¿Cuál es mi regalo, amor?

—Tendrás que descubrirlo… Ayer fui a la chacra… —se apuró a decir porque Esterlina quería contradecir—. ¡Si fui!… y puse la respuesta en un papel rosado, escondido por la maleza… Cuando corte una cierta parte, hallarás el papel y sabrás la respuesta… —Dio una mueca muy dura, que Esterlina le pareció aún más rara.

Pero lo que le importaba era el regalo.

—Entonces, vamos.

Esterlina y Pablo salieron de la casa. Cuando Esterlina se fue por toda la calle, al mirar a las vecinas chismosas, estas la devolvieron una expresión muy inescrutable. La conclusión a que llegó con todas las expresiones de esas señoras, le daba una sensación de inseguridad. ¿Acaso sabían sobre el amor platónico de Esterlina y su amante? ¿Le habían contado a Pablo?

En todo el trayecto, Esterlina pensó eso como una estúpida idea de que fuera real. Estaba totalmente en desacuerdo de que esas vecinas la hubiesen visto con el amante por el Valle del Tunche.

El Valle estaba muy lejos del pueblo…

Pero, Juan la recogió de su casa…

Y ahí podría ser que le había visto a Pablo…

Pero no era posible para Esterlina. Ella siguió tan hipócrita en el trayecto, que hacía piropos fingidos con Pablo.

Cuando llegaron a la chacra que estaba a dos kilómetros del pueblo, la tarde se estaba poniendo. Esterlina examinó por el lugar con detenimiento. La chacra estaba totalmente cubierta de maleza y algunos sembríos se ahogaban en ese mar de mala hierba. Pablo se acercó, haciendo repiquetear las tenazas estridentemente.

—Qué bueno que hemos llegado a tiempo, ¿no, Pablo? —preguntó Esterlina con dulzura.

—Sí… —dijo a secas—. Sí, mi amor… Ya que estamos aquí, comenzare a cortarrrr la maleza para que encuentres tu regalo.

Esterlina se emocionó. Por fin este tontonazo me regalará algo del bueno, pensó ella.

—Acércate…

Mientras Pablo comenzaba a cortar, arrancar y despedazar la maleza, Esterlina se puso a su costado. En una mala maniobra, la tenaza casi corta el brazo de Esterlina… Sin embargo, Pablo siguió cortando la maleza, mientras la hierba caía a los pies de Esterlina…

—Lo puse por aquí…

—Uy, qué ese olor… —asqueó Esterlina, sin embargo, Pablo siguió cortando…

El olor de la savia bruta, mezclado con el olor pestilente y los mosquitos comenzaban ya a fastidiar. Pedazos de hierba caía sobre los brazos de Esterlina y le causaba escozor. Mientras seguía cortando la maleza, avanzaban dejando un sendero.

— ¿Dónde está, mi amor?

Pablo llegó a decir algo bajo que no se escuchó. Esterlina no quiso preguntar de nuevo, porque se fijo en la cortada de la hierba. Estaba algo mal hecha, dejando a la hierba cortada como un adorno feo en el sembrío.

El crepúsculo se acercaba.

—Ya estamos cerca… —dijo Pablo de manera muy lineal.

—Tenemos suerte de que sea de cuatro hectáreas…

La tenaza comenzó a cortar hierbas malas más largas que alcanzaban un metro. El crepúsculo se fue acentuando más, mientras le daba a la chacra otros aspectos… Un aspecto inquietante… Algo que le presionaba con un frío muy peculiar…

—Ya, querido… Ay

Esterlina dio un pequeño resbalón. Miró hacia abajo y vio que sus zapatillas blancas estaban ensuciadas con un barro que tenía una coloración rojiza. Ella frunció el ceño y se agachó para remojar su dedo con el barro que había en las zapatillas… La raspó con el dedo pulgar y luego la acercó a la nariz…

—Aquí está el regalo, querida…

Ella se sobresaltó y levanto la mirada. Mientras afinaba la vista, frunció el ceño.

Un papel… “Tu regalo será despedazarte…”, la cabeza sangrienta y seccionada, inerte de Juan, una foto de ella pegada a uno de los ojos con la cara descompuesta y lacerada. Al lado, una muñeca estaba clavada con un clavo grueso en el pecho… Y ante ella estaba la expresión macabra de Pablo, agitando con ira las tenazas…

Esterlina se dio la vuelta con terror y comenzó a correr. Dio un resbalón en el barro ensangrentado, cuando sintió un dolor punzante en la mano… Tremendamente doloroso que la hizo gritar…

— ¡Eres maldita malagradecida! —gritó Pablo. Agitando las tenazas…

Esterlina levantó el brazo. Comenzó a gritar de terror, mientras veía su mano muerte colgar de su muñeca por un hilo de carne… para luego caer al suelo. Borbotones de sangre mojaban la maleza mal cortada…

— ¡TE DI TODO LO QUE UN MARIDO PUDO DAR! PUTA HIPOCRITA! ¡REGRESA AQUÍ! ¡NO TE VAS A IR!

Pablo no corría, pero daba unas zancadas letales. Unas pisadas que aterraron.

— ¡AUXILIO! ¡¡AUXILIOOOOO!!

— ¡NO! No, mi amor. No grites. No grites porque no te podrán escuchar.

Esterlina dio un quejido aterrado ante eso y siguió corriendo. Dio pequeño traspiés que la aterraban… Procuraba no caer… Ni lastimarse un tobillo…

— ¡Mi amor, ven aquíiiii! ¡No rechaces tu regaloo! —Dijo con un tono escalofriantemente cantarín—. ¡Es malo de tu parte!

—No, no… —quejó Esterlina por el cansancio. Desde ahí se le veía a Pablo como el tamaño de una monstruosa hormiga…

Bajo la cuesta hacia la carretera. Pasó bajo el quicio de la entrada de la chacra.

—Auxilio —dijo con el terror apagando su voz.

Cuando llego a la orilla de la carretera, se tropezó con una piedra. Cayó de bruces sobre el áspero asfalto, mientras el muñón ensangrentado se dio un raspón contra ella. Sonó un viscoso “crac” y Esterlina gritó…

—No, no…

Giró y quedo tendida al borde de la carretera, mirando el cielo anocheciendo. Percibió un brillo extraño. Se distrajo hacia ella y vio a Pablo bajo el quicio de la entrada de la chacra, con la silueta totalmente negra. Las tenazas repiquetearon…

— ¡Amor! Tu delicada mano cayó. No te preocupes… La tengo aquí conmigo…

Alzó la mano muerta para verla. Luego con gesto macabro, comenzó a descuartizar la mano con las tenazas. Arrancando los dedos y haciendo lo peor con ella. Aunque la mano ya no estaba acoplada a su cuerpo, verla siendo descuartizada le dio un reflejo aterrador. Se agarró el muñón y la presionó.

—No, Pablo. No.

Pablo dejo de descuartizar la mano. Levantó la cabeza hacia Esterlina rápidamente.

— ¿Por qué? ¿POR QUÉ? —gritó el con una voz macabra. Tiró la mano irreconocible hacia el suelo, perdiéndose de vista. — ¡Te di todo lo que un marido puedo darte: regalos! ¡Cosas que te pudieron agradar y pensé que lo hicieron! ¡PERO QUE HICISTE! ¡TE VAS CON OTRO, UN CABRÓN MALDITO Y ME DEJAS A MI…! ¡EN LA NADA! ¡LAS VECINAS ME LO CONTARON TODO!

Él se acercó lentamente, bajando la cuesta. Ahora Esterlina pudo verlo nítidamente. Estaba con una expresión mezclada con la furia, la desilusión, la obsesión y la locura.

—Por favor, dame una… oportunidad… Perdóname…

—Lo hubieses pensado antes… Lo hubiese pensado antes… ¡LO HUBIESES PENSADO ANTES!

Se acercó a Esterlina, abriendo las tenazas a lo máximo. Esterlina comenzó a arrastrarse, pero las tenazas le dieron una sensación fina, estridente y punzante…

Esterlina  abrió los ojos como platos. Se empalideció la piel, mientras las tenazas se cerraban alrededor de su cuello.

—No, Pablo…

—Perdóname, querida… No supe qué regalo darte… —dijo con una voz demente—. Pero esto va con todo el amor que no supiste valorar …

Y la voz desapareció en un fluido viscoso. Pablo hizo presión, mientras las tenazas cortaron el cuello de Esterlina con la furia.

La noche había finalmente caído sobre el lugar.


Escrito por

La mula

Este es el equipo de la redacción mulera.


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